Barthes, Roland. “El discurso de la historia”.
El susurro del lenguaje.
El susurro del lenguaje.
Barcelona: Paidós, 1994. pp. 163-177.
“El discurso de la historia”, ensayo publicado originalmente por Roland Barthes en Information sur les sciences sociales (1967), se propone deconstruir las tipologías tradicionales de los discursos, haciendo énfasis en la difuminación de las fronteras entre el relato ficticio y el relato histórico.
Sus hipótesis al respecto podrían resumirse en las siguientes preguntas en relación con la filiación del relato histórico: “¿difiere realmente, por algún rasgo específico, por alguna indudable pertinencia, de la narración imaginaria, tal como la podemos encontrar en la epopeya, la novela, el drama? Y si ese rasgo –o esa pertinencia- existe, ¿en qué punto del sistema discursivo, en qué nivel de la enunciación hay que situarlo?” (164).
Estas hipótesis conducen a Barthes a emprender un análisis del discurso de historiadores clásicos como Herodoto, Maquiavelo, Bossuet y Michelet, en relación con la enunciación y sus protagonistas (shifters de escucha, de organización y de destinación), el enunciado (colecciones de “existentes” y “ocurrentes”) y la significación, aspecto este en el que profundizaremos a continuación.
Para Barthes, el significado es inherente al discurso histórico, salvo en aquellas series desestructuradas que constituyen las cronologías y los anales. El discurso histórico “revestido”, se valdría de los hechos relatados a manera de índices o núcleos con valor indicial en los que radica el significado, al menos en dos niveles: uno inmanente, concedido voluntariamente a los hechos por el historiador y un segundo nivel, correspondiente al “significado trascendente a todo el discurso histórico” (173). Según esto: “el historiador recopila menos hechos que significantes y los relaciona, es decir, los organiza con el fin de establecer un sentido positivo y llenar así el vacío de la pura serie” (174).
En este mismo sentido y por la misma estructura, el discurso histórico no escapa a su condición intrínseca de “elaboración ideológica” o “imaginario”, como prefiere denominarla Barthes. Esta condición se sustentaría en la paradoja de que el hecho sólo puede existir como término lingüístico que hace parte de un discurso, a pesar de que se presenta como si fuera una simple copia del campo extraestructural de la realidad: “Este discurso es, sin duda, el único en que el referente se ve como exterior al discurso, sin que jamás, sin embargo, sea posible acercarse a él fuera de ese discurso”.
Una descomposición imaginaria del discurso histórico conduciría a una separación entre el referente y el discurso, en un primer momento; para luego intentar confundir el significado con el referente: “el discurso, encargado simplemente de expresar la realidad, cree estar economizando el término fundamental de las estructuras imaginarias, que es el significado” (175). El esquema semántico del discurso histórico, como el de todos los de pretensión “realista”, pretende erigirse sólo en el referente y el significante, escamoteando la existencia del significado: “En otros términos, en la historia ‘objetiva’, la ‘realidad’ no es nunca otra cosa que un significado informulado, protegido tras la omnipotencia aparente del referente. Esta situación define lo que podría llamarse el efecto de realidad”.
El lugar privilegiado que ha venido a ocupar el “efecto de realidad” en la civilización occidental, desde tiempos históricos, habría conducido al desarrollo de géneros como la novela realista, el diario íntimo, la literatura documental, la fotografía, entre otros.
La muerte de la narración histórica, como resultado de la sustitución de lo real por lo inteligible, es la última conclusión a la que alude Roland Barthes, tras su minucioso análisis del discurso histórico, valiéndose de herramientas provenientes de una lingüística del texto, que se propone desestabilizar la antigua jerarquía de los discursos, restituyendo a la historia su simple condición narrativa.
Kevin Sedeño Guillén
“El discurso de la historia”, ensayo publicado originalmente por Roland Barthes en Information sur les sciences sociales (1967), se propone deconstruir las tipologías tradicionales de los discursos, haciendo énfasis en la difuminación de las fronteras entre el relato ficticio y el relato histórico.
Sus hipótesis al respecto podrían resumirse en las siguientes preguntas en relación con la filiación del relato histórico: “¿difiere realmente, por algún rasgo específico, por alguna indudable pertinencia, de la narración imaginaria, tal como la podemos encontrar en la epopeya, la novela, el drama? Y si ese rasgo –o esa pertinencia- existe, ¿en qué punto del sistema discursivo, en qué nivel de la enunciación hay que situarlo?” (164).
Estas hipótesis conducen a Barthes a emprender un análisis del discurso de historiadores clásicos como Herodoto, Maquiavelo, Bossuet y Michelet, en relación con la enunciación y sus protagonistas (shifters de escucha, de organización y de destinación), el enunciado (colecciones de “existentes” y “ocurrentes”) y la significación, aspecto este en el que profundizaremos a continuación.
Para Barthes, el significado es inherente al discurso histórico, salvo en aquellas series desestructuradas que constituyen las cronologías y los anales. El discurso histórico “revestido”, se valdría de los hechos relatados a manera de índices o núcleos con valor indicial en los que radica el significado, al menos en dos niveles: uno inmanente, concedido voluntariamente a los hechos por el historiador y un segundo nivel, correspondiente al “significado trascendente a todo el discurso histórico” (173). Según esto: “el historiador recopila menos hechos que significantes y los relaciona, es decir, los organiza con el fin de establecer un sentido positivo y llenar así el vacío de la pura serie” (174).
En este mismo sentido y por la misma estructura, el discurso histórico no escapa a su condición intrínseca de “elaboración ideológica” o “imaginario”, como prefiere denominarla Barthes. Esta condición se sustentaría en la paradoja de que el hecho sólo puede existir como término lingüístico que hace parte de un discurso, a pesar de que se presenta como si fuera una simple copia del campo extraestructural de la realidad: “Este discurso es, sin duda, el único en que el referente se ve como exterior al discurso, sin que jamás, sin embargo, sea posible acercarse a él fuera de ese discurso”.
Una descomposición imaginaria del discurso histórico conduciría a una separación entre el referente y el discurso, en un primer momento; para luego intentar confundir el significado con el referente: “el discurso, encargado simplemente de expresar la realidad, cree estar economizando el término fundamental de las estructuras imaginarias, que es el significado” (175). El esquema semántico del discurso histórico, como el de todos los de pretensión “realista”, pretende erigirse sólo en el referente y el significante, escamoteando la existencia del significado: “En otros términos, en la historia ‘objetiva’, la ‘realidad’ no es nunca otra cosa que un significado informulado, protegido tras la omnipotencia aparente del referente. Esta situación define lo que podría llamarse el efecto de realidad”.
El lugar privilegiado que ha venido a ocupar el “efecto de realidad” en la civilización occidental, desde tiempos históricos, habría conducido al desarrollo de géneros como la novela realista, el diario íntimo, la literatura documental, la fotografía, entre otros.
La muerte de la narración histórica, como resultado de la sustitución de lo real por lo inteligible, es la última conclusión a la que alude Roland Barthes, tras su minucioso análisis del discurso histórico, valiéndose de herramientas provenientes de una lingüística del texto, que se propone desestabilizar la antigua jerarquía de los discursos, restituyendo a la historia su simple condición narrativa.
Kevin Sedeño Guillén
Universidad Nacional de Colombia
3 comments:
Muy buena reseña! Gracias.
Muchas gracias Val P.
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