Don Quijote alrededor del mundo.
Prefacio de Harold Bloom; Margaret Atwood… [et al.]
Barcelona: Instituto Cervantes, Galaxia Gutemberg, Círculo de Lectores, 2005.
ISBN Instituto Cervantes 84-88252-53-6.
Para lectores del siglo dieciocho como el doctor Johnson, el ajado caballero no sólo era infinitamente divertido sino, también, una clave para comprender la naturaleza humana; para los románticos, don Quijote era un héroe romántico que corría en vano tras un ideal de belleza; para los realistas, Cervantes fue el primer realista; para los modernistas, fue el primer moderno; para los surrealistas era surrealista y para los posmodernos fue el primer posmoderno. Al
parecer, don Quijote se convierte en quienquiera que lo lee (18).La reescritura como forma responsable de lectura, es lo que propone el texto de Tahar Ben Jelloun, escritor y poeta marroquí en lengua francesa, en el que Cide Hamete Benengeli se encuentra personalmente con Cervantes en la contemporaneidad de la ciudad norafricana de Tánger, para combatir entuertos que se concretan en este caso, en el rescate del abandonado edificio del Teatro Cervantes de esa ciudad. Pero el enfrentamiento del idealismo contra la persistencia del espíritu neocolonial, conducen a un redescubrimiento de la novela cervantina en sí misma, que transforma el destino de una vida eterna para su autor, en el futuro de un libro siempre redescubierto.
El texto del escritor húngaro Péter Esterházy se mueve entre la interpretación y la recreación del Quijote, lo que lo hace difícil de clasificar. Constituye una narración en la que reaparece el Pierre Ménard borgiano, identificado aquí con Kornél Esti
–personaje de una novela del también escritor húngaro Dezso Kosztolányi (1885-1936)- y convertido a la vez en Cervantes, don Quijote y Sancho a un tiempo – a la manera del Tartarín de Tarascón de Daudet, como nos lo
recuerda Esterházy. El propósito queda fijado en palabras del propio autor:Este deseo de narrar no es una prueba pudorosa de mi hartazgo de la intertextualidad: ¡qué estupidez sería enfrentar las dos cosas! Puedo afirmar que la intertextualidad nunca me interesó sobremanera, sobre todo puesto que no es una cuestión de interés; los libros siempre se hallan entre libros, y si algún libro se adelanta mucho y se queda por tanto más solo de lo habitual, que es lo que ocurre en el caso del Quijote, él mismo crea espontáneamente su intertextualidad. No existe serpiente posmoderna que se muerda «mejor» su propia cola que el Quijote (50).
J.M.G Le Clézio –escritor francés- parte de su primera lectura, en un ejemplar de 1845 que perteneciera a su bisabuelo, quien fuera magistrado en la isla Mauricio, para explorar distintas aristas del Quijote: la saga de antihéroes de la literatura occidental descendientes de don Quijote y Sancho Panza, su realismo romántico, la toma de posición en relación con la expulsión de los moriscos de España, la actualidad de la novela, etc. La lectura de Le Clézio proyecta el texto de Cervantes contra el fondo de la problemática social contemporánea.
En “Utopía y desencanto”, el escritor, traductor y académico italiano Claudio Magris insiste en Don Quijote como héroe de la Modernidad: “Sale al mundo no tanto para conquistarlo como para buscar y verificar su sentido. Pero tal sentido no existe, y su búsqueda obstinada acarrea al caballero catástrofes, palizas e indecorosas humillaciones que, sin embargo, no afectan su profunda ansia (…) La utopía da sentido a la vida porque insiste, contra todas las pruebas que demuestran lo contrario, en que la vida tiene un significado” (108). Pero Magris no descuida la importancia de Sancho Panza, porque don Quijote sin él, “sería tan peligroso como lo es la utopía cuando ultraja la realidad, confundiéndola con su propio sueño e imponiendo brutalmente ese sueño sobre los demás, como suele ser el caso de las utopías políticas y totalitarias” (109).
El escritor y ensayista francés Michel Tournier esgrime los derechos del lector, al proyectar su compresión del texto cervantino sobre el manto de sus propias lecturas: La vuelta al mundo en ochenta días (1872), de Julio Verne; Madame Bovary (1857), de Flaubert; Los alimentos terrenales (1897), de André Gide; el Werther (1773), de Goethe. El orden de las lecturas no corresponde al tiempo cronológico, sino al tiempo alterno del lector, experiencia de la alteridad que lleva al personaje del Quijote en su lecho de muerte a pedir a sus albaceas –rememora Tournier-, que si se encuentran con el “«autor que dicen que compuso una historia que anda por ahí con el título de Segunda parte de las hazañas de don Quijote de la Mancha (…), de mi parte le pidan, cuan encarecidamente ser pueda, perdone la ocasión que sin pensarlo le di de haber escrito tantos y tan grandes disparates»” (cit. en 139).
Con “Don Quijote y los judíos”, texto del prosista, dramaturgo y ensayista judío-israelí Abraham B. Yehoshúa, se cierra el conjunto de lecturas incluidas en Don Quijote alrededor del mundo (2005), caracterizado especialmente por provenir de autores que no son, en su mayoría, expertos en el estudio de la obra de Miguel de Cervantes. Yehoshúa insiste en la escena definitiva, analizada también por Tournier, de condena por parte del Quijote de la propia historia en la que es personaje, lo que utiliza, valiéndose de una “interpretación alegórica”, para analizar la confrontación que se da, según él, en el Israel actual, entre realidad política-social y los “viejos libros”: “Naturalmente, no tenemos que quemar esos libros, como ocurre en la novela de Cervantes, pero sí debemos aprender a tener cuidado con ellos y, sobre todo, hemos de saber otorgarles el lugar que les corresponde”…(153)
La negación de los libros de caballería, del propio El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, y, con esta negación, el llamado al restablecimiento del equilibrio entre lectura y realidad que, con Abraham B. Yehoshúa, implica el reposicionamiento de nuestra relación con los “viejos libros”, nos remite a las palabras de Gide que encabezan estas páginas (“«Ahora, Nathanaël, tira mi libro. Emancípate, déjame»”… (cit. en Tournier, 132). Según todos ellos, el libro constituiría una estación en la vida del lector, que debiera ser superada para partir a la búsqueda de la verdad personal en la propia vida.
El extremismo reductor de Bloom, que conducía desde la “autorizada” voz académica, a una aporía similar a la que deriva de la misma pregunta, pero en boca de una banalizante presentadora de la televisión privada, de un país de cuyo nombre no quiero acordarme, parece superada en el propio ámbito de Don Quijote alrededor del mundo, donde se avanza en la desacralización del libro como fetiche. Si existen tantas lecturas como lectores y una lectura ideal debiera ser considerada como una reescritura, pudiéramos concluir que el Libro, así con mayúsculas hieráticas, es una entidad que carece de realidad propia, más camino que lugar de llegada, con lo que el Don Quijote de Cervantes restablecería su condición de mera estación en el camino de las lecturas y de los lectores por venir.
Kevin Sedeño Guillén
Universidad Nacional de Colombia
2007
[1] Las negrillas son nuestras, siempre que no se indique otra cosa.
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