Tuesday, June 30, 2009

Las crónicas apócrifas de Mayra Montero


Mayra Montero


Aguaceros dispersos


Ediciones Tusquets


Barcelona, 1996.


196 p. ISBN: 84-8310-499-7


En Aguaceros dispersos la escritora y periodista cubana Mayra Montero, residente en Puerto Rico, reúne una amplia serie de escritos, con los que ha venido colaborando semana a semana con el periódico boricua El Nuevo Día y que son parte importante de la labor que la ha llevado a ser considerada una de las escritoras más reconocidas en el Caribe de hoy. Ella les llama discretamente “columnas” en su “Prólogo y legión”; desembarazándose así del entuerto de asignar género a estos escritos, habitantes de una invisible frontera entre periodismo y literatura. Se va por la forma, columnas de texto que conforman la estructura tipográfica de un periódico y que por derivación de sus homólogas arquitectónicas, se convierten en sostén estructural del cuerpo periodístico. “Crónicas periodísticas” les llaman por el contrario los editores de este libro y eso sí no parecen ser, porque si nos remitimos a lo etimológico, la esencia de este género difuso sería el relato de un acontecimiento o hecho que se desenvuelve en una serie temporal y aquí Cronos vuelve a morir, esta vez por mano de mujer.

Mayra Montero se acerca a sus protagonistas, seres reales y desconocidos en muchos casos, con una delicadeza de coleccionista de mariposas, los saca del tiempo, llevándolos a su ambiente mitificante en que son más ellos, sobresalen del fondo en que se desenvuelven y asumen categoría literaria, esbozos para una novela magistral de la vida en el Caribe. No son crónicas y ni siquiera periodismo, si nos atenemos al espíritu más ortodoxo que aún se debate en las redacciones y en las escuelas de la región. No hay afán en copiar detalles y arandelas para adornar o encubrir un personaje que naufragaría así en una historia ahogante, rescatada para consumo de lectores morbosos ávidos de novedad. Mayra se limita a transitar por sus calles de cada día, hace sus viajes como cualquier buen turista o se abandona a los recuerdos de su niñez.

La trashumancia de sus escritos aspira a tímido trillo no a iluminada avenida, ella no es Dios en su omnisciencia, no aspira a saberlo todo sobre esos personajes como: Madame Lulú, prima de Pablo Lafargue, yerno cubano de Karl Marx; Miguelina, saturada empleada doméstica con que comparte sus oficios; Butterfly McQueen, actriz negra que interpretara a la sirvienta de Scarlett en Lo que el viento se llevó o Myrna Loy, travesti de la Parada Dieciocho de San Juan.

Estos personajes “femeninos” que pueblan “Junio en la memoria”, primera sección de esta recopilación, se diría que han venido a ella como ovejas al pastor; no parece haber búsqueda premeditada, aunque detrás de esta apariencia pueda sospecharse una prolongada actitud de observación, de cazador en la sombra, que desnuda respetuosamente a sus “víctimas”. Son mujeres, ancianas en muchos de los casos, abandonadas a su propia suerte por el destino, sin embargo, absolutamente venerables y dignas de una conmiseración expansiva a la que nos invita Mayra Montero. Para escribir sobre estas mujeres se viste ella con sus más femeninos atributos, abandonando cualquier intento de revancha feminista, pero dulcificada en su palabra, maternal, compasiva, disimulando los hechos en supuestos que humanizan la escasa participación del periodista en los sucesos, su sombra aquietada de narrador decimonónico resignado al curso de los hechos.

Los acordes musicales son el hilo que engarza las fábulas de “Apassionata”, segunda sección de Aguaceros dispersos. Fábulas sí, no crónicas, ni columnas, es lo que parecen resultar del trabajo de este Sherezada insular, que en su palabra convoca siempre al misterio, a la secreta causalidad de los acontecimientos, a lo inevitable de los agüeros, con un estilo que parece aprendido de las charlas de una vieja abuela cubana, sin ahorrarse mucho del pícaro humor caribeño aderezado para más amplio público.

Palomas, monos y hasta un gallo se pasean por la sección “El cielo y tú”. Fábulas, lo habíamos dicho, pero posmodernas, con moralejas simples, el humanismo de toda la vida y ese misterio que raramente aún convoca lo natural: “Las palomas son criaturas misteriosas, pero a la vez muy diáfanas”, paloma la propia Mayra, curiosa y atenta ante lo humano y lo divino, discreta aún, casi callada.

“Mientras ellas duermen” recoge unos pocos escritos de temática ecológica, como se dice ahora, que abundan en esa candidez casi fingida hacia lo natural, con que Mayra Montero logra plenamente captar la atención del lector. Sigue desmesurada su escritura, sin pretensiones de veracidad, historias un tanto apócrifas, como confiesa ella misma: “No los escucharé a pesar de todo, porque ninguna explicación o testimonio superará mi fantasía”.

Desde las páginas de El Nuevo Día esta mujer sigue defendiendo su deseo de soñar, fantasear, quizá a desvariar, nada más humano en alguien que confiesa creer en la sencillez: “No se puede ser tan inmenso a costa de nada, y se me figura que, lo mismo el molusco que los cebollines, deben de haber perdido gran parte de su esencia en el camino a la grandeza…” Y nada de asombro parece haber perdido Mayra en su tránsito hacia el pleno reconocimiento literario, asombro, recogimiento y sencillez, que expresa al acercarse a temas tan explorados como la muerte. De esto viene a escribir en la sección titulada “Despertar al General”, donde nos lleva a los momentos postreros en cuatro historias, entre reales y apócrifas, ya sea un asesinato al estilo de La Ventana Indiscreta, de Hitchock; la muerte fatídica del arqueólogo que descubrió la tumba de Tutankhamon o la de su entrañable amigo Severo Sarduy…“en París, con aguacero o sin gota de lluvia, que al fin y al cabo es lo de menos”, remedando el famoso verso de Vallejo.

Continúan las secciones “Lejos del rebaño”, donde habla de hechos sorprendentes que suceden en la actualidad, más que un tema en común, los escritos de esta tienen un tono de añoranza irónica por los viejos buenos tiempos idos; “Enemiga del alma”, con “columnas” de temática también difusa, alrededor de la espiritualidad y la afectividad, pero marcadamente humanística y “Escrito en el Skydome”, sección de tema deportivo: alpinismo, fútbol, béisbol.

“Rumbas de corazón para muertos anticipados” en el título de la última sección del libro y para este punto nuestros esfuerzos de interpretar los ejes temáticos de las partes que componen Aguaceros dispersos se hacen imposibles. Quizás hemos topado con esas “columnas anárquicas, renuentes a cualquier tipo de clasificación”, con que se encontró la propia autora en el proceso de organizar el material que conformaría el libro. Hay así en “Rumbas de corazón...” historias tan disímiles como las de objetos olvidados en las prendas que se envían a la lavandería, los ángeles, sobre la gente que se encuentra en los supermercados a altas horas de la noche o sobre los epitafios. Por la última “crónica”, que lleva el mismo título de la sección mencionada, desfila una pequeña colección de esas palabras para acompañar a los muertos, o para acompañar a los vivos que ellos dejan. Están aquí el famoso epitafio de Dolores Rondón, que aún puede leerse “en el cubanísimo cementerio de Camagüey”, uno de los escritos por Sarduy y como colofón aquel que se dedica a sí misma la autora:


Pudo ser pimienta de Cayena,

Pudo ser sal o pudo ser comino,

Úsese el polvo para mezclar con vino,

Y tómese de cantazo, en luna llena.


Con estas palabras tan poco respetuosas de su propia muerte, Mayra Montero revela un profundo sentido de la vida, conformado tras innumerables tránsitos por el Caribe, donde, como creen muchos de sus pueblos, nacer es motivo de llanto y morir de alegría para compartir junto a una botella de ron. Pero como no hay que creer todo lo escrito, esperemos que en una nueva columna nos revele sus miedos y sus muertes.

Sobre ella ha escrito la ensayista cubana Uva de Aragón, que en sus novelas, como hemos visto en su periodismo,...“quedan borradas las diferencias entre lo ficticio y lo real”. Seguramente Mayra Montero se ha empeñado en esto, negando fronteras entre los distintos géneros escritos en que ha incursionado. Sus novelas La trenza de la hermosa luna (Anagrama, 1987), La última noche que pase contigo (1991), Del rojo de su sombra (1992), Tu, la oscuridad (1995), Como un mensajero tuyo (1998), Púrpura profundo (2000, Ganadora del Premio La Sonrisa Vertical), El capitán de los dormidos (2002) y Son de almendra (2005), son el resultado de profundas investigaciones convertidas en muy buena literatura y pueden leerse como una continuación de estas crónicas apócrifas que ahora presentamos.


Kevin Sedeño Guillén
Universidad Nacional de Colombia

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