Kevin Sedeño Guillén
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Universidad Nacional de Colombia
La aparición de una convicción presupone casi siempre la pre–existencia o coexistencia de una duda. En el “Prólog
o” a su
Historia de la crítica literaria en Colombia: siglos XIX y XX (1992), David Jiménez afirma que: “Después de un recorrido bastante largo por una cantidad inverosímil de textos críticos, me queda la convicción de que hay allí un legado que se hace preciso recoger, analizar e incorporar a nuestra reflexión actual sobre la literatura y, en general, sobre la historia cultural del país” (1992: 7). La afirmación nos coloca ante un inmenso corpus crítico que da cuenta de la evolución de la literatura colombiana, pero se infiere, del énfasis que cree necesario hacer el autor, que esa producción crítica hace parte de un afuera, de un espacio aún no cartografiado dentro de los saberes sobre el siglo XIX en América Latina. La duda/convicción de Jiménez sobre la existencia de una crítica literaria nacional, revela su carácter de síntoma de la dependencia epistemológica de teorías eurocéntricas, cuando para introducir a su historia de la crítica literaria en Colombia necesita, desde la primera línea, comenzar hablando de Europa.
[1]
Duda/convicción semejante en torno al derecho legítimo a la existencia de la crítica literaria en el siglo XIX colombiano, parece ostentar el historiador de la literatura Eduardo Camacho Guizado, quien propone un estudio panorámico del siglo XIX literario colombiano –enmarcado según él en el período que va de 1820 a 1900-, que no contempla significativamente el discurso crítico decimonónico, ni como referente sobre la producción literaria, ni como corpus de textos críticos en sí mismos
[2]. ¿Por qué la crítica y la historia literarias, responsables de elaborar el discurso sobre la literatura de ese período, quedan excluidas en esta definición de los géneros “fundacionales” de la literatura colombiana del siglo XIX que formula Camacho Guizado?
Contradictoriamente, la misma crítica que habría trabajado por el bien público de las repúblicas americanas, permitiendo la visualización de las obras literarias nacionales y la conformación de un canon propio, quedaría sistemáticamente excluida de las historias de la literatura colombiana. Mi hipótesis al respecto estaría relacionada con las consecuencias derivadas de la “división geopolítica del trabajo intelectual” (Pletsch, cit. en Castro-Gómez, 1998) dentro el actual orden epistemológico mundial, en el que a América Latina y demás regiones consideradas periféricas le correspondería la obligación de producir materias primas (carbón, petróleo, alimentos no elaborados, novelas, poemas, etc.), y a Europa y los Estados Unidos reelaborar esos productos brutos y devolverlos al resto del mundo con altos precios y en forma de artículos de lujo, maquinarias, teoremas, modelos, leyes y teorías. El auge de la crítica literaria y la ensayística en el último cuarto del siglo XIX en Colombia, da cuenta de la existencia de un corpus literario en consolidación que hacía necesaria y permitía la actividad crítica e historiográfica. Partiendo de esa premisa de existencia y sin intentar desvalorizar la sistematización de la producción crítica de algunos autores importantes en el siglo XIX iniciada por Jiménez, considero que el proyecto aún pendiente de una historia crítica de la crítica literaria en Colombia e Hispanoamérica debiera partir por redefinir sus presupuestos teórico-metodológicos en relación con los desarrollos propios de los estudios literarios en el siglo XX y XXI en América Latina, en diálogo creativo con las epistemologías occidentales.
La profesora colombiana Patricia D’Allemand planteaba hace unos años la necesidad de re-examinar y re-evaluar los criterios de producción de “historias literarias alternativas” de cara a las posiciones de la crítica cultural latinoamericana contemporánea (2003: 82)
[3]. La exploración de “…las posibilidades de escribir una historia literaria y cultural latinoamericana con métodos y conceptos teóricos que consideran la especificidad de los procesos históricos en la región” (Schmidt, 2002: 11), ha hecho parte de los debates contemporáneos de los estudios latinoamericanos. En este texto de carácter introductorio pretendo dar inicio a un estado del arte sobre la conformación de ese debate en el campo de la teoría y la crítica literaria y cultural latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX y la primera década aún en curso del siglo XXI, privilegiando la confrontación con el eurocentrismo desde una postura teórica ubicada en el posoccidentalismo.
Habría que partir en este reposicionamiento teórico por el reemplazo –con Rolena Adorno- de la noción de “literatura” por la de “discurso”: “…en parte porque el concepto de la literatura se limita a ciertas prácticas de escritura, europeas o eurocéntricas, mientras que el discurso abre el terreno del dominio de la palabra y de muchas voces no escuchadas” (Adorno, 1988: 11)
[4]. Este reemplazo traería aparejado un cambio de paradigma: “…del modelo de la historia literaria como el estudio de la transformación de las ideas estéticas en el tiempo, al modelo del discurso en el ambiente colonial en tanto estudio de prácticas culturales sincrónicas, dialógicas e interactivas”. De igual modo, esta perspectiva hace evidente como: “…la crítica estética no contiene las respuestas a las preguntas permanentes sobre la producción y recepción literaria discursiva colonial” (24). En este sentido, desde mi posición teórica cabría la comprensión de “…la cultura literaria colonial no como la imitación pálida de la de la metrópolis, sino como construcciones híbridas nuevas que son mayores que la suma de sus partes y fuentes multiculturales” (12).
El cuestionamiento del concepto de literatura/cultura nacional como deuda con las historias literarias europeas (D’Allemand, 2003: 86), es uno de los elementos que debería ser privilegiado en este debate teórico, partiendo de la construcción ficticia de las fronteras tras las independencias americanas y de su incapacidad “...cuando se busca dar cuenta de movimientos que, trascendiendo las fronteras nacionales, encuentran sus correlatos en otras regiones del continente; cuando se intenta examinar zonas de confluencia y momentos de comunicación entre las producciones literarias de los diversos países y regiones del continente…” (88-89)
[5] El problema de la periodización del siglo XIX hispanoamericano continúa siendo álgido y debería –según Rama- evitar la “…supeditación inmediata del proceso literario a las periodizaciones propuestas por las historias nacionales o continentales, sin atender al desfase entre esas periodizaciones ni las modulaciones generadas por el proceso literario mismo” (Rama, 1985: 91). La celebración del bicentenario de las “independencias americanas”, que soslaya el hecho de que las independencias del Caribe se dieron un siglo más tarde que las del continente, es una de las agendas a ese respecto que necesita ser problematizada y que me permite moverme dentro del campo colonial a la hora de considerar la transculturación transfronteriza en el siglo XIX latinoamericano y caribeño.
He dejado intencionalmente para el cierre de este texto, que es sólo una provocación a la investigación, la presentación de la perspectiva teórica principal que anima mi lectura de esta zona de la literatura hispanoamericana constituida de manera transfronteriza en la Colombia del último cuarto del siglo XIX. Me refiero al posoccidentalismo como una reacción al eurocentrismo: “Esta herencia continúa reproduciéndose en el modo como la discursividad de las ciencias sociales y humanas se vincula a la producción de imágenes sobre el "Oriente", "África" o "Latinoamérica", administradas desde la racionalidad burocrática de universidades, instituciones culturales y centros de ayuda al desarrollo” (Castro- Gómez, 1998)
[6]. La crítica subalternista del Latinoamericanismo busca así: “…articular una crítica de las estrategias epistemológicas de subalternización desarrolladas por la modernidad para, de este modo, recortada la maleza, encontrar un camino hacia el locus enuntiationis desde el que los sujetos subalternos articulan sus propias representaciones”
[7]. La propuesta de un nuevo Latinoamericanismo, sería entonces para Moreiras la de un letrado que se sabe inscrito en una racionalidad burocrática de carácter selectivo que le impide la "objetividad": “Por ello, en lugar de asumir un papel hegemónico, autorizado por la ciencia, que le permite mapear la sociedad y la cultura del ‘otro’, el letrado toma posición política al interior de los aparatos productores del saber. Lejos de querer representar la voz del otro, lucha por una transformación de las políticas académicas de representación”.
Desde un espacio marcado por la duda, pretenderé entonces realizar un estudio de algunas zonas de la crítica literaria en Colombia en el último cuarto del siglo XIX, privilegiando los espacios transfronterizos en que se produce la emergencia de las naciones independientes latinoamericanas y caribeñas, desde distintas experiencias no simultaneas de crisis del orden colonial español, en ese ámbito emergente de autonomización que José Martí llamó “Nuestra América”.
Bibliografía citada:
Acosta Peñalosa, Carmen Elisa. “La historia de la literatura: reflexiones sobre el devenir de la palabra y el tiempo”.
Literatura: teoría, historia, crítica. 3 (2001): 134-147.
Adorno, Rolena. “Nuevas perspectivas en los estudios literarios coloniales hispanoamericanos”.
Revista de Crítica Literaria Latinoamericana. 14.28 (1988): 11-28. Disponible vía JSTOR.
http://www.jstor.org/stable/4530388 (24/10/2008)
Camacho Guizado, Eduardo. “La literatura colombiana entre 1820 y 1900”.
Manual de historia de Colombia; Jaime Jaramillo Uribe, dir.; Santiago Mutis Duran, J. G. Cobo Borda, coord. 3 ed. Bogotá: Procultura, Instituto Colombiano de Cultura, 1984. v. 2.
Castro-Gómez, Santiago. "Latinoamericanismo, Modernidad, Globalización: prolegómenos a una crítica poscolonial de la razón".
Teorías sin disciplina (latinoamericanismo, poscolonialidad y globalización en debate); Santiago Castro Gómez y Eduardo Mendieta, eds. México: Miguel Ángel Porrúa, 1998. Disponible en: http://www.ensayistas.org/critica/teoria/castro/castroG.htm
http://www.ensayistas.org/critica/teoria/castro/castroG.htm (12/09/2001)
D’Allemand, Patricia. “Rediseñando fronteras culturales: mapas alternativos para la historiografía literaria latinoamericana”.
Literatura: teoría, historia, crítica. 5 (2003): 79-104.
Fajardo Valenzuela, Diógenes. “La teoría de la verdad sospechosa”. Literatura: teoría, historia, crítica. 3 (2001): 116-133.
Jiménez P., David.
Historia de la crítica literaria en Colombia: siglos XIX y XX. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, Instituto Colombiano de Cultura, 1992.
Rama, Ángel. “Algunas sugerencias de trabajo para una aventura intelectual de integración”.
La literatura latinoamericana como proceso; A. Pizarro, ed. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1985. 85-97. Cit. en D’Allemand, 2003: 96, n. 13.
Rodríguez-Arenas, Flor María. “El aporte de los periódicos a la temprana historiografía literaria decimonónica colombiana: el caso de la anécdota”.
Literatura: teoría, historia, crítica. 5 (2003): 105-126.
Schmidt, Friedhelm, ed.
Antonio Cornejo Polar y los estudios latinoamericanos. Pittsburgh: Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana, University of Pittsburg, 2002. Cit. en D’Allemand, 2003: 83-84.
Walde Uribe, Erna von der. “Lengua y poder: el proyecto de nación en Colombia a finales del siglo XIX”. Estudios de Lingüística Española (ELiEs). 16 (2002).
http://elies.rediris.es/elies16/Erna.html (27/2/2009)
© Kevin Sedeño Guillén, 2009.
Notas:
[1] No sólo en Europa, como afirma Jiménez siguiendo la Historia de la crítica moderna de Wellek, sino en la Nueva Granada, las décadas finales del siglo XVIII y los inicios del siglo XIX “…fueron años decisivos para la formación de la crítica literaria moderna” (1992: 9). Las referencias históricas y teóricas sobre la crítica literaria, las toma Jiménez de la tradición intelectual francesa. Para una aproximación a la historia de la crítica literaria en la Nueva Granada en el siglo XVIII véase mi: “Crisis del sujeto moderno/colonial en la Nueva Granada: Manuel del Socorro Rodríguez (1758-1819): Raza, crítica literaria y americanismo”, 2008 (inédito).
[2] “Entre estas dos fechas se desarrolla una literatura –poesía, prosa narrativa, en mínima parte el teatro- que ofrece unas características comunes, las cuales podrían empezar por definirse con una palabra un tanto ambigua: fundacionales, a la que habría que agregar otras como imitación y asimilación de modos europeos, aporte de elementos autóctonos, lenta y uniformada elaboración de una tradición literaria escasamente entroncada con la Colonia en muchos casos, anticipación de cauces y realizaciones futuras más seguras y ‘originales’ o, si se quiere, nacionales” (Camacho Guizado, 1984: [615])”.
[3] Estos criterios parecen producirse en conflicto con posiciones aún dominantes en el ámbito académico colombiano de los estudios literarios que, o defienden posiciones de contraposición en relación con los estudios culturales (Fajardo Valenzuela, 2001) o buscan un refortalecimiento disciplinar desde otros campos de las ciencias sociales europeas, como es el caso de la historia (Acosta Peñalosa, 2001), pero que no evidencian particular intención de revisar las propuestas emanadas desde la crítica literaria y cultural latinoamericana contemporánea.
[4] Según Erna von der Walde: “A cada paso se plantea la pregunta por la incidencia que pueda tener el pensar la letra desde la letra cuando ésta ha perdido tanto de su peso. Y la necesidad de pensar qué implica, qué hemos perdido, qué hemos ganado con ese cambio. Se plantea en cada giro, en cada esquina, el peligro de caer en nostalgias, en nociones gutembergianas de la cultura, en reivindicaciones trasnochadas de la palabra escrita. También el peligro de creer que no se justifica hacerlo, que no tiene sentido” (2002).
[5] Rodríguez-Arenas profundiza en este problema cuando señala que: “Se sabe que la producción de una literatura muy raramente se circunscribe a los límites de fronteras nacionales o políticas. Al paso físico de esas fronteras de personas y materiales, debe agregarse el hecho de que los escritores casi siempre reciben influencias de textos producidos fuera de los límites de su propia nación geográfica, política o cultural. Estas tendencias adquieren un significado particular en el contexto de los actos culturales o de las construcciones de identidad literaria de las letras decimonónicas colombianas” (2003: 106). Rolena Adorno plantea al respecto que: “Las divisiones nacionalistas aplicadas a posteriori al mundo colonial en la época de la pos-independencia fueron, en su mayor parte, juicios políticos y sociales disfrazados como valoraciones estéticas o culturales” (1988: 15-16).
[6] Según Castro-Gómez este proceso no es sólo externo, sino que: “También en Latinoamérica, y particularmente durante la fase poscolonial, una vez ganada la independencia frente a España, se desplegaron los mismos mecanismos disciplinarios de la modernidad. Mecanismos, repetimos, que no se reducen a su componente técnico-instrumental (la economía capitalista, la burocracia del estado-nación), sino que incluyen también una racionalidad cognitiva, hermenéutica y estética desde la cual se articularon la mayor parte de las prácticas que configuraron a las actuales naciones latinoamericanas. Y aquí jugó un papel central el Latinoamericanismo, esto es, el conjunto de narrativas que, desde el siglo XIX hasta el presente, han querido responder a la pregunta por el "quiénes somos" los latinoamericanos en general, o los mexicanos, colombianos, brasileños, argentinos, etc. en particular (1998). He abordado las implicaciones del posoccidentalismo para la teoría cultural caribeña en: “Contra el macondismo: Para una estrategia posoccidental desde el Caribe colombiano”.
Ítaca: Revista del lenguaje. 3.2 (2005): 37-57, jun. (coautor con el Martha E. Bolaños Escobar).
[7] John Beverley “…afirma que la literatura fue una práctica de formación humanística de aquellas élites que, desde el siglo XIX, impulsaron el proyecto neocolonialista del estado-nación (...) La literatura y todos los demás saberes humanísticos aparecían inscritos estructuralmente en sistemas hegemónicos de carácter excluyente” (Castro-Gómez, 1998). Castro-Gómez refiere como de igual modo Berverley había ya planteado en
Literature and Politics (1990) que la crítica literaria no es sólo un reflejo superestructural de lo económico, sino que es un discurso que participa en la formación de lo social como parte del aparato educativo.