La actitud de “confiada e inocente expectativa” (7) que asume el Coronel ante las adversidades, se convertiría en una estrategia de subsistencia que caracterizará su actuación entre resignada y esperanzada, en una vida en que “octubre era una de las pocas cosas que llegaban” (7). No llegan cartas, no llega su pensión de veterano de la guerra, no llega el reconocimiento social. Es el continuo enfrentamiento entre una tenue pero constante esperanza y la fatalidad del tiempo que pasa inexorable, como en el conjunto simbólico que se nos presenta en la siguiente descripción: “En la pared opuesta a la del reloj, el cuadro de una mujer entre tules rodeada de amorines en una barca cargada de rosas” (8).
En este pueblo ribereño en que la presencia del agua y la agresividad del clima delatan su filiación caribeña, la última esperanza está signada en las patas del gallo que ha quedado a este viejo y desamparado matrimonio tras la muerte violenta de su hijo. No es sólo una esperanza de estos viejos, sino una ilusión colectiva. Pero no veremos al gallo ni ganar ni perder en el espacio de la novela. Más atención que el destino final de estas vidas merece su devenir, su tenacidad, su contradictoria esperanza que parece ilusoria.
La esperanza puede resultar vergonzosa en este mundo de permanente desilusión y como tal, tomada como algo que ofende el sentido común. Es necesario disimularla, como en la pueril actuación del Coronel ante la ausencia de cartas: “No esperaba nada” (18) – dice, él que ha visto pasar su vida esperando con una esperanza renovada cada vía. La carta, como el gallo, es símbolo de esa esperanza constantemente escamoteada, burlada, pero que permanece: “…la esperanza de la carta” (37-38).
“-La ilusión no se come – dijo la mujer” (48), tema que se repite más adelante cuando ella misma afirma que “…la dignidad no se come” (51). El pragmatismo desalentado de la esposa confronta la continua esperanza del Coronel, es su contradictora, su conciencia de la difícil realidad:
- Tengo la impresión de que esa plata no llegará nunca – dijo la mujer.
- Llegará.
- Y si no llega (69).
“Mierda” (73) es la cruda, pero aún esperanzada respuesta del Coronel. Esta confrontación final entre el pragmatismo de la mujer y el idealismo esperanzado del hombre, pone de relieve el desenlace no previsto en la novela. Si la carta era una esperanza viable, un premio merecido, resultado de una actuación valerosa, con el gallo la esperanza se confunde con el azar de unas patas enfrentadas, para terminar degradándose totalmente al asumir la forma del excremento humano. El coronel no tiene quien le escriba presenta la continua degradación de la esperanza en un mundo donde cualquier solución racional de continuidad es improbable, pero donde esta sobrevive como una anomalía, como una aberración que ningún pragmatismo desilusionado puede extinguir.
[1] Cito aquí por la edición de Norma, 1982.
[2] Véase al respecto Cien años de soledad (1967) (“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”) y Crónica de una muerte anunciada (1981) (“El día en que lo iban a matar, Santiago Nazar se levantó…”). Este tema lo he tratado en el artículo: “Tragedia, trasgresión y muerte ritual en la narrativa caribeña: Crónica de una muerte anunciada, de Gabriel García Márquez y Tú, la oscuridad, de Mayra Montero”. La narrativa de Mayra Montero: Hacia una literatura transnacional caribeña; Kevin Sedeño Guillén y Madeline Cámara, eds.; pról. Madeline Cámara. Valencia, España: Aduana Vieja, 2008. pp. 177-202 (coautor con Doris Álvarez Ortega y Rocío Mattos Arévalo).
Kevin Sedeño Guillén
Universidad Nacional de Colombia
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