Pero La isla que se repite estaba allí, en esa copia sin fecha, casi intemporal, para ser citada casi como dogma en todas las investigaciones sobre la cultura del Caribe. El hecho me desconcertaba y me enorgullecía a la vez, pues era el único libro cubano suficientemente conocido y en verdad leído en la ciudad. La fuente principal del asombro, que en lo más íntimo era causa de cierta sensación de vergüenza, se debía a qué cómo había podido ignorar yo la obra de un coterraneo tan influyente y mentado por los otros.
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