Saturday, July 26, 2008

DULCE MARÍA LOYNAZ AL DESNUDO


Por Ezequiel Pérez Martín


DULCE MARÍA LOYNAZ: Cien años después
Madrid, España, Editorial Hispano Cubana, 2004, 279 págs.
ISBN 84-609-0333-8


Dulce María Loynaz, esa cubana universal, supo ganarse por sí misma, con su obra, el lugar que merece en la literatura hispanoamericana. Pero existe un libro-homenaje que vino a sumarse al indiscutible derecho de esta mujer ejemplar, de figurar en el batallón de avanzada de la lírica femenina en Hispanoamérica durante el siglo XX. Ese título es Dulce María Loynaz, Cien años después, de la Editorial Hispano Cubana (Madrid, 2004).

A lo largo de sus 279 páginas, 14 críticas (recordar que, criticar es ejercer el criterio, y no lo que comúnmente se cree: señalar lo negativo de alguien o de algo), nos vienen a exponer la grandiosidad de toda la trayectoria literaria de esa Ave Fénix de la literatura cubana.

Una cubana universal –repito— y para saber por qué se le ha calificado de esa forma, hay que leer estos trabajos, caracterizados por un acucioso análisis de su poesía y su prosa lírica y acompañado de un profuso desfile de referencias de quienes han estudiado su obra.

No es exagerado decir que pocas veces se han reunido en un mismo libro tantos excelentes estudios y enfoques sobre la obra de algún literato. Pletórico de citas de otros expertos en el tema, Dulce María Loynaz, Cien años después, constituye una explosión de puntos de vista y opiniones convergentes y divergentes, que permiten al lector calar hondo en el mundo personal y en la obra de esta mujer excepcional. Cada uno de los ensayos –prefiero llamarlos así— nos remite a muchos otros, para darnos una idea de la profundidad de cada análisis. Estamos en presencia de una fructífera indagación sobre la obra de Dulce María Loynaz.

Tal y como dice Madeline Cámara en uno de los ensayos de este volumen (Dulce María Loynaz: vivencias, historia y escritura. Estudio de Fe de vida), “comencemos pues a interrogar el texto”, los autores efectuaron un interrogatorio colectivo y multitemático que aporta un caudal de respuestas. En su multiplicidad discursiva se nos muestra la versatilidad de su obra en cuanto a géneros y su probada calidad en todos ellos (poesía, ensayos, novela, diarios de viaje).

Rigor investigativo fue el denominador común de Humberto López Cruz, Luis A. Jiménez, María A. Salgado, Kevin Sedeño Guillén, Jorge Chen Sham, Julio E. Hernández-Miyares, Alberto Villanueva, María Amoretti Hurtado, Elba D. Birmingham-Pokorny, Miguel Ángel De Feo, Antonio A. Hernández-Vazquez, Clementina R. Admas, Elizabeth Tolman y Madeline Cámara, a la hora de transitar por este sendero que subraya el valor estético y artístico del quehacer literario de Dulce María Loynaz.

Si el otorgamiento del Premio Cervantes a la Loynaz en 1992 coadyuvó a que ella saliera de un extenso letargo, este libro sella, por su profundidad y versatilidad investigativa, el homenaje a la autora, a cien años de su nacimiento en 1902.

Dulce María Loynaz, Cien años después, tiene la misma pujanza que acompañó siempre a la excelsa cubana, a pesar de que se le mantuvo al margen de la cultura de su país, durante aquellos años amargos, cuando se instauró la intolerancia que invadió el sector del arte y la literatura en su isla antillana. Esa fuerza viva está presente en los tres diferentes prismas sobre su única novela (Jardín), en el análisis sobre su relato --¿biográfico-autobiográfico?-- Fe de vida, en la indagación sobre el diario de viaje Un verano en Tenerife (que, como dice Luis A. Jiménez en uno de los trabajos “está cargado de fino calibre autobiográfico”) y a todo lo largo de los muchos poemas que desfilan ante los ojos del lector.

Una de las riquezas del libro radica en las variadas referencias a las valoraciones que hizo otro grande de la literatura hispanoamericana, Juan Ramón Jiménez, que muestran a la poetisa en su total transparencia. Otra es la bibliografía de y sobre Dulce María Loynaz, una enjundiosa relación de textos referidos a su obra, que aparece en el final del volumen, y que, como señala Humberto López Cruz, podría servir “para estimular a los críticos y estudiosos de la obra de Dulce María Loynaz a continuar el asedio a su importante producción literaria”.

Cuando el lector se despide de los autores en la página 279, les queda agradecido de haberlo paseado a través de temas que formaron parte de la vida de Dulce María Loynaz, como la insularidad (Sedeño), la extraordinaria capacidad de la palabra humana en la poetisa (Hurtado) y la desnuda sencillez del “hablar” loynaciano (Salgado). Pero también se da cuenta del calibre de una autora que, gracias a la calidad de su obra, su nombre quedo fijado con honor entre los de las más destacadas figuras de la lírica femenina de Hispanoamérica del siglo XX, como Gabriela Mistral, Juana de Ibarborou, Alfonsina Storni y Delmira Agustini (Hernández-Miyares); y aprecia en toda su extensión “el lirismo simbólico y la temática universal” de la novela Jardín (Fernández-Vazquez).


Dulce María Loynaz murió en Cuba en 1997...”una nación que ella ayudó a forjar con su literatura y que por eso mismo no podía abandonar” (Cámara). Y tal y como se quedó custodiando su infancia, su casa, su jardín y sus recuerdos, así mismo se ha quedado dentro del corazón de millones de lectores en el mundo entero, a lo cual coadyuva mucho Dulce María Loynaz, Cien años después.

Con sólo dos palabras, nuestro Apóstol, José Martí, reflejó una de las más contundentes verdades del acontecer humano: Honrar, honra. Con Dulce María Loynaz, Cien años después, la Editorial Hispano Cubana, y todos los autores que participaron de este homenaje, se honran.


(Publicado en Baquiana. Año VII Nº 37/38)

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